Por Rosa Cobo y Luisa Posada
15 de junio de 2006
Hablar de feminización de la pobreza es hablar de una
realidad que viene de lejos: el feminismo lleva tiempo utilizando esta
expresión para connotar el creciente empobrecimiento material de las mujeres,
el empeoramiento de sus condiciones de vida y la vulneración de sus derechos
fundamentales. Cuando la impresión generalizada es la de que las vidas de las
mujeres están mejorando en todo el mundo, las cifras desmienten este tópico. Es
un hecho verificable, por ejemplo, que en las familias del Primer y del Tercer
Mundo, el reparto de la renta no sigue pautas de igualdad, sino que sus miembros
acceden a un orden jerárquico de reparto presidido por criterios de género.
También es un hecho palpable el que uno de los efectos más
rotundos de los programas de ajuste estructural inherentes a las políticas
neoliberales es el crecimiento del trabajo gratuito de las mujeres en el hogar,
resultado de los recortes de los programas sociales por parte de los gobiernos:
aquellas funciones de las que el Estado abdica -salud o nutrición o educación,
entre otras- vuelven a recaer en la familia. La Ley de Dependencia, de reciente creación en
España, tiene como objetivo precisamente reducir algunas cargas de las
cuidadoras y cuidadores de las personas dependientes en las familias, ya que el
trabajo no remunerado que realizan las mujeres en el hogar les impide acceder a
trabajos que requieran dedicación exclusiva.
Si bien es cierto que está creciendo el segmento de mujeres
que se insertan en el mercado de trabajo global, también lo es que este proceso
se está realizando bajo condiciones laborales inimaginables hace sólo 30 años.
Las mujeres reúnen las condiciones que pide el nuevo mercado laboral global:
personas flexibles, con gran capacidad de adaptación, a las que se pueda
despedir fácilmente, dispuestas a trabajar en horarios irregulares o parciales,
a domicilio, etcétera. Saskia Sassen no sólo sostiene que se está feminizando
la pobreza, sino que se está feminizando la supervivencia. En efecto, la
producción alimenticia de subsistencia, el trabajo informal, la emigración o la
prostitución son actividades económicas que han adquirido una importancia mucho
mayor como opciones de supervivencia para las mujeres. Lo cierto es que las
mujeres entran en las estrategias de desarrollo básicamente a través de la
industria del sexo, del espectáculo y de las remesas de dinero que envían a sus
países de origen. Y que éstas son las herramientas de los gobiernos para
amortiguar el desempleo y la deuda externa.
Patriarcado y capitalismo se configuran como las dos
macrorrealidades sociales que socavan los derechos de las mujeres, al propiciar
la redistribución de los recursos asimétricamente, es decir, en interés de los
varones.
En España hay ocho millones de pobres, de los cuales la
mayoría son mujeres. Y la tendencia a la feminización de la pobreza es
contrastable en los países del norte y en los de sur. Ese viejo sueño de
deshacernos de la pobreza se ha convertido en una quimera. Frente a la pertinaz
pobreza de las mujeres y frente a una inmigración femenina situada
mayoritariamente en la prostitución, en el servicio doméstico y en otras tareas
mal pagadas y definidas como nuevas clases de servidumbre, el feminismo no
puede negar la necesidad de que se amplíen las políticas sociales. Lo contrario
sería negar su dimensión vindicativa y emancipatoria.
Post Scriptum :
Rosa Cobo es profesora de Sociología de la Universidad de A
Coruña, y Luisa Posada, profesora de Filosofía de la Universidad Complutense
de Madrid.
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